vi que subía un hombre con una oreja verde.
No era ya un hombre joven sino más bien maduro,
todo menos su oreja, que era de un verde puro.
Cambié pronto de asiento y me puse a su lado
para estudiar el caso de cerca y con cuidado.
Le pregunté: —Esa oreja que tiene usted, señor,
¿cómo es de color verde si ya es usted mayor?
Puede llamarme viejo —me dijo con un guiño—,
esa oreja me queda de tiempos de niño.
Es una oreja joven que sabe interpretar voces
que los mayores no llegan a escuchar:
Oigo la voz del árbol, de la piedra en el suelo,
del arroyo, del pájaro, de la nube en el cielo.
Y comprendo a los niños cuando hablan de esas cosas
que en la oreja madura resultan misteriosas…
Eso me contó el hombre con una oreja verde
un día, en el expreso de Soria a Monterde.